Mónica Astorga. Pertenece al Monasterio de Carmelitas Descalzas de Centenario-Neuquén. Desde 2005 brinda contención y salida laboral a un grupo de mujeres.
Nació hace 50 años en Buenos Aires y a los 7 despertó su vocación religiosa, a pesar de la oposición de sus familiares.
Siendo adolescente se incorporó a la Parroquia de San Pantaleón del barrio de Mataderos. Llegó a Neuquén en 1985.
“Hay una historia detrás de cada persona, hay una razón por la cual son como son, piensa en eso antes de juzgar a alguien”, dice Mónica Astorga, hermana del Monasterio de Carmelitas Descalzas Centenario-Neuquén en uno de los salones de la Capilla de Santa Teresita del Niño Jesús, ubicado en aquella ciudad. Hace treinta años que llegó a Neuquén para ordenarse en ese monasterio.
En esa vida contemplativa dedicada a la oración, Astorga siente una fuerte motivación hacia las personas alejadas de Dios, los que sufren, los que se sienten solos o sufren alguna marginalidad. “No salgo del monasterio, este es mi lugar, desde aquí puedo sostener y empujar a quienes lo necesitan. Desde allí surge mi trabajo social”, aclara.
Actualmente trabaja para y por las mujeres transexuales de Neuquén, quienes acuden a ella para encontrar apoyo a causa de las situaciones de marginación y violencia, a las que la mayoría de ellas se ven expuestas.
Recuerda que hace nueve años irrumpió en la tranquilidad del monasterio Romina, una chica travesti. “Romina había ido a la parroquia Nuestra Señora de Lourdes del barrio Progreso para dar el diezmo, y cuando le preguntaron de qué trabajaba, respondió que se prostituía porque por su condición de travesti no conseguía otro empleo. Le preguntaron si necesitaba ayuda y fue ahí que el padre Ítalo (Varvello) y la hermana Mariucha (Dambroggio) se contactaron conmigo y me preguntaron si podía ayudarla”, explica.
La religiosa fue al encuentro de Romina, quien le pidió ayuda para dejar la prostitución. Luego de escuchar con suma atención la traumática historia de Romina, y no poder entender tanto sufrimiento y marginalidad, le preguntó si conocía a otras chicas que querían dejar la calle. “Me respondió ‘todas’”. Entonces le dije que las vaya a buscar. Ella se puso a reír y me contestó: ‘Son como 70’”, cuenta.
Unos días después, Romina llegó junto a cuatro chicas trans. Lo primero que hizo fue invitarlas a la capilla para rezar, “para poner toda su vida en manos de Jesús y poder fortalecer sus vidas”, señala. Una de ellas le preguntó cómo podía rezarle a Dios si habían sido rechazadas por sus padres y familiares. “Les pedí que tengan fe porque, si no, estaban muertas. Después les consulté sobre qué querían hacer de sus vidas, qué sueños querían cumplir”, agrega.
Romina le respondió que quería terminar el curso de peluquería y abrir una propia; Victoria también quería tener su peluquería; Luján soñaba con ser cocinera y abrir una casa de comidas. Pero la respuesta que más le impactó fue la de Katy. “Quiero tener una cama limpia para poder morir”, le dijo Katy, que en ese momento tenía 40 años.
Inquieta y solidaria, de inmediato comenzó a pensar de qué manera podía ayudar a estas chicas que querían dejar de prostituirse en la calle. Fue entonces que recurrió a Germán Cazeneuve, quien por aquel entonces era vicepresidente de Cáritas Diocesana. Armó un proyecto para poner una peluquería que en junio de 2008 se inauguró con el nombre "Lourdes", ya que el local estaba ubicado frente a la parroquia del mismo nombre, donde empezaron a trabajar Vicky, Laura y Romina. Tiempo después pudo concretar la apertura de otro proyecto: una cooperativa donde se hace costura en la que trabaja Katy, que con 47 años es una de las travestis más grandes. “Tuve el apoyo del obispo Marcelo Melani. Todo fue haciéndose de a poco”, enfatiza. Y agrega: “Con el tiempo y los proyectos que se iban concretando, las chicas fueron confiando más en mí”.
Cuenta que muchas de ellas siguen ejerciendo la prostitución porque “más allá del dinero, lo que ellas necesitan es recibir un abrazo, una caricia, que le digan 'te quiero' aunque sea mentira”, explica. Sostiene que no puede entender que haya hombres que paguen por estar con ellas. “Es indignante porque esos hombres las levantan en la calle, las maltratan y las usan como si fueran la basura de la humanidad”, precisa.
Hace un tiempo consiguió que el Obispado les diera una modesta casa en la calle Candelaria 180, donde las chicas tienen un espacio para reunirse, y es en ese predio donde vuelcan sus sueños de poder insertarse en la sociedad a través de un trabajo que no sea sólo vender su cuerpo.
El Twitter de la monja Mónica Astorga TWITTER
Pablo Montanaro
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