De todos los rincones de Europa, incluyendo a una horda de
americanos, latinos y asiáticos, Madrid no durmió durante cuatro intensas
jornadas. Con casi 40 grados, los calores entres los jóvenes y jovencitas, no
necesariamente militantes homosexuales, eran efluvios de alegría y
"marcha", como llaman los madrileños a sus recorridas nocturnas.
Desde hace años se realiza por la Gran Vía el desfile de
carrozas y de personajes de los más estrafalarios a los de más bajo perfil.
Moda, costumbre o curiosidad, es lo que despierta este lucrativo megaevento que
deja millones de euros en los bolsillos de los gatos (los nacidos en Madrid).
Familias conformadas por padres y niños menores se agolpan a
ambos lados de la avenida más popular de la ciudad y aguardan desde temprano la
entrada triunfal de los carros decorados y atestados de hombres y mujeres con disfraces,
anteojos y música a todo volumen.
Los temas de Adele, David Guetta o Lady Gaga incitan hasta
al más patitieso a dar algún paso, y claro, bien regado con vino de verano
-vino tinto, limón, azúcar, hielo y canela- y barriles de caña -cerveza tirada-,
este carnaval europeo se corona como la fiesta de la madre patria.
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